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Naturaleza humanizada, humanidad naturalizada. La construcción de un paisaje (página 2)



Partes: 1, 2

Pero la palabra paisaje lleva implícita en si
misma una muestra
relacionada con los diferentes valores de
aquello que representa ante nosotros. El paisaje es sobre todo un
concepto fruto
de una construcción cultural. No significa
meramente un lugar físico o las imágenes
sobre él producidas, sino más bien puede definirse
como el conjunto de una serie de de ideas, sensaciones y
sentimientos originados ante quien lo mira. Ello se elabora a
partir de la estimulación que ejerce una situación
concreta ante una topografía determinada.
[6]

La noción de paisaje reclama también algo
más: reclama una interpretación, la búsqueda de un
carácter y sobre todo la presencia de una
emotividad. Y son precisamente estos rasgos los que aparecen
visibles en un texto
publicado el 8 de octubre de 1942 en el diario cordobés
Los Principios, en una de sus tres notas editoriales del
día. Este singular comentario, de tono reflexivo,
aparecido con el título "El paisaje en Córdoba"
alude a las características de nuestra geografía, y por su
significación en relación al tema que nos ocupa los
transcribimos íntegramente:

No concuerdan las opiniones respecto al paisaje en
Córdoba. Unos dicen que es exuberante, un canto de
pujanza, algo así como el grito cálido; otros, en
cambio, lo
juzgan como una expresión mística, basándose
en las suaves ondulaciones de sus montañas y en su
naturaleza que
no es del todo rica de formas ni de colores
tropicales.

La solución del punto la hallaremos, los que
precisamente nos encontramos en medio del paisaje
cordobés, interrogando a quienes han opinado acerca de
nuestros panoramas. Por supuesto que no hablamos de la llanura –
larga, monótona, interrumpida aquí o allá
por alguna ciudad importante o algún pueblo de cierta
significación – sino del panorama que da carácter a
Córdoba, que le distingue entre los demás estados:
de su serranía.

Existen numerosos viajeros que han venido a Córdoba
y a su retorno han consignado sus impresiones. Algunos se han
ocupado de sus sierras; otros de sus hombres, de sus instituciones
y de los sucesos que por ese entonces era escenario nuestra
ciudad o la provincia. Ellos tienen la respuesta en sus
páginas escritas al correr de la pluma. Si no todos
coinciden en la característica general de nuestras
montañas, por lo menos hay una mayoría que las
ubica dentro de una categoría.

Nuestro paisaje – a opinión de la expresada
mayoría – no es exuberante, sino mesurado; no es pagano,
sino místico. Paisaje que al decir de Enrique Larreta,
reclama un fraile montado en un borrico, como aquellos que un
día vieron cruzar a San Francisco de Asís con su
hábito remendado y sus sandalias cargadas de polvo de
muchos caminos. Y por, quizás; si hemos de creer en la
influencia telúrica, esa vocación de Córdoba
por las cosas sobrenaturales, que le han dado el rango de la
ciudad creyente por excelencia.

Habría que ahondar el punto en un ensayo
circunstanciado. No carece de interés y
quizás se encuentre en él la clave de muchas
razones que pensamos descubrir por senderos más
complicados y acaso distantes de la realidad
histórica.[7]

El texto propone una sugestiva cuestión que refleja
cómo, aún durante los años iniciales de la
década de 1940, la percepción
de la naturaleza cordobesa continua originando un tipo de
argumentación que se debate entre
lo "místico" y lo "pagano". Aunque se opera sobre el tema
una mediación tamizada por la sensibilidad
artística es insoslayable la determinante
gravitación ejercida por la Iglesia y el
mundo católico, en el ámbito cordobés. Hay
que tener en cuenta que Los Principios, como órgano
de difusión  de la juventud
católica, fue un medio de considerable peso en la
difusión (e imposición) de los dogmas de un
Nacionalismo Católico de Córdoba
Plagada de metáforas, y como lo venía haciendo con
muchos otros temas, la estrategia
discursiva del diario intentaba en este caso abordar una
temática de raíz cultural y con ello injerir en la
promoción de un tipo de
representación de la naturaleza cordobesa.
[8]

Con sus matices, el comentario evidencia la puesta en acto de
un juicio estético reflexivo sobre una naturaleza exterior
que se transmuta en paisaje porque es percibida por un espectador
que se fija en ciertos detalles de la misma y revalúa sus
apariencias
sensibles como entes materiales. En
este sentido y sobre lo que ya enunciamos más arriba, la
tradición paisajística cordobesa juega un papel muy
importante como un ingrediente de peso en las consideraciones
sobre el carácter de la naturaleza serrana. Así el
paisaje de las sierras de Córdoba aparece entonces como un
constructo que combina disposiciones naturales y humanas cuya
identificación depende de mecanismos de percepción
y de categorías culturales de interpretación. Una
operación de clasificación y recorte mediante las
cuales se representa la realidad a través de un texto
"autorizado" que apunta al fortalecimiento de una identidad. Es
evidente que el autor al catalogar a nuestro paisaje como
"mesurado" sólo se está circunscribiendo a una
porción de la geografía cordobesa, las llamadas
Sierras Chicas, ya que indudablemente este sería un
calificativo que no le corresponde a las denominadas Sierras
Grandes.[9]

Otra cuestión insoslayable que atraviesa el tema es el
"uso" turístico operado sobre las Sierras, una
práctica promovida desde finales del siglo XIX por la
literatura o la
prensa
escrita, como veremos más adelante, e impulsada
masivamente en las décadas siguientes a través de
planes y programas
diseñados desde la órbita estatal. El mismo diario
Los Principios lanzó en 1933 un "Suplemento del
Turismo"  el
cual informaba sobre los beneficios del clima o los
circuitos
turísticos de Córdoba[10]. Asimismo
aparecían periódicamente en este diario secciones o
subsecciones con títulos tales como "Paisajes Serranos" o
"Las sierras y el arte" en las
cuales se reproducían fotografías o grabados con
imágenes de diversos "rincones de nuestras
serranías" algo que estimulaba la valoración de
estos territorios desde una artística
mirada.[11] También en los años 30
comienza una nueva modalidad  con el parcelamiento, compra y
venta de lotes
para casas de veraneo, una característica que se
acrecentará en las décadas siguientes y en la que
se relacionan la oferta
inmobiliaria y el aprovechamiento de la tierra, lo
que además queda registrado en la prensa periódica
de la época.[12]

Con todo ello y en relación al carácter de
nuestras serranías, el texto reproducido más arriba
pareciera preguntarse asimismo (anacronismo mediante)
¿quién creó a los creadores?. Parafraseando
a Bourdieu,[13] su autor genera un interrogante
tácito que nos induce a nosotros a proponernos ahora un
ejercicio retrospectivo para continuar ensayando algunas
consideraciones sobre el tema, en relación a cómo y
quiénes descubrieron originariamente el paisaje serrano
cordobés.

El paisaje serrano: entre
el progreso y el modernismo

Siguiendo las apreciaciones de Régis Debray, sabemos
que los pintores fueron los primeros que de manera regular
descubrieron el paisaje en Occidente: "En otro tiempo se
pintaban las montañas antes de
describirlas".[14]  Así desde fines
del siglo XVIII hasta los inicios del XX las diferentes versiones
gráficas del territorio argentino 
fueron obra de pintores, imágenes que se gestaron en una
imbricación de intencionalidades, como documentos
históricos, relevamientos científicos y obras
artísticas.[15]  En relación al
paisaje de las Sierras de Córdoba la cuestión se
presenta aún como un campo fértil para la
exploración teórica, y aunque las imágenes
sobre él producidas ha sido un tema examinado ya en parte
a través de distintos abordajes,[16]
proponemos introducirnos esta vez en otras formas de la
representación de nuestro territorio. Como un vector
complementario y dentro de un trabajo de
investigación mayor, abordaremos ahora
algunos aspectos de la representación del paisaje en sede
literaria, ya sea por medio del ensayo periodístico, la
prosa o la poesía.

Hacia finales del siglo XIX y mucho antes del descubrimiento
de las posibilidades turísticas de la Costa
Atlántica las bondades de las Sierras de Córdoba
estaban de moda. Y en
relación a ello junto a los comentarios de "vida social"
relacionados con la presencia de encumbrados veraneantes, las
descripciones de la naturaleza se combinan con la
ponderación de los adelantos tecnológicos como el
tendido de vías férreas y las obras de ingeniería, maravillosas ventajas relatadas
en la prensa porteña por un cronista anónimo
enviado especial del el diario La Nación:

Los trenes salen de Alta Córdoba todos los
días a la 1.20 p m. El trayecto no puede ser más
pintoresco y lleno de novedad para los que vivimos en las
llanuras. A cada trecho que recorre la locomotora en su carrera
vertiginosa, cambian los paisajes como en la pantalla de un
cinematógrafo. Tan pronto se ve un valle cubierto de
álamos y duraznales como un monte de árboles
espinosos, sierras por donde sube o baja el tren, terraplenes
elevados, planicies cubiertas de césped, quebradas
profundas, cascadas hermosísimas, curvas peligrosas,
montes de árboles corpulentos, piedras inmenas que cuelgan
de las montañas como amenazando desprenderse al sentir la
trepidación de la máquina, barrancas
altísimas donde habitan millares de loros; pero lo que
más se admira y sorprende son las obras del dique de san
Roque…[17]

Un acontecimiento que favoreció la proximidad con la
naturaleza a excursionistas y viajeros fue el ferrocarril. En
efecto, el 11 de junio de 1892 quedó oficialmente
inaugurado el tren de trocha angosta que al atravesar el Valle de
Punilla unía la ciudad de Córdoba con la localidad
Cruz del Eje. Esta nueva vía de comunicación posibilitó el acceso al
campo a los habitantes de diversas ciudades del país y
especialmente a los de la capital de la
provincia.[18] Es importante observar cómo
la entrada en los escenarios naturales de este nuevo medio de
locomoción originó una manera diferente en la
percepción del paisaje. La velocidad y el
punto de vista elevado contribuyeron a una nueva
concepción de la mirada desde una distancia espacial y
emocional totalmente novedosa para entonces. De esta manera el
acto de contemplación de la naturaleza se transforma en un
espectáculo, como la contemplación de una
película maravillosa.

En muchos de estos escritos es recurrente la
comparación del paisaje de las sierras con el de la
llanura, la búsqueda de sorpresas felices y pintorescas
novedades eran del todo satisfechas en los recorridos por los
territorios cordobeses. Ello queda explicitado en los comentarios
de  Eduardo Schiaffino quien casi de manera profética
señalaba las virtudes de las sierras de Córdoba
como espacio fecundo para el desarrollo y
arraigo de una corriente de pintores paisajísticos al
estilo de la escuela francesa
de Fontainebleau, algo que en efecto y con sus propias
características estaba comenzando a originarse justamente
en esos años, tras las primeras incursiones de Emilio
Angelini Caraffa y sus seguidores.[19]Y las
palabras de Schiaffino en relación a la naturaleza serrana
son elocuentes:

Región feliz, donde las cosas inmutables alzan
perennemente un trino a la belleza excelsa, en donde la luz, desposada
con la forma, realza la armonía bajos los ojos de
Eros…

A medida que subíamos y flanqueábamos cumbres
tras cumbres, maravillados y absortos en la contemplación
del paisaje que se tornaba siempre diverso y prodigaba riquezas
de detalle capaces de satisfacer al artista más exigente,
iba acentuándose en nuestro espíritu la
convicción de que tal como en Francia la
famosa escuela de paisajistas había surgido en
Fontainebleau, así, andando el tiempo, la Sierra cordobesa
tendría la misma virtud, pues que ofrecía
idénticos recursos dentro
de una belleza análoga. [20]

El aquilatado Eduardo Schiaffino había alimentado sus
convicciones en Europa en lo
referido al concepto de paisaje, ya que para él su
práctica artística implicaban un proceso de
elaboración técnica y un lenguaje
específico, cuestiones que no encontraba en la pampa y si
en las sierras. [21]

Hacia 1895-96  comenzaron a publicarse en el diario La
Nación
de Buenos Aires una
serie de crónicas firmadas con el seudónimo
Ashaverus,[22] las que narraban pintorescas
travesías por las Sierras de Córdoba. En 1897 los
artículos, compilados, corregidos y aumentados, se
convirtieron en libro con el
título Tierra adentro. Sierras de
Córdoba
. El verdadero nombre del autor, era Amado
Ceballos un polifacético educador, periodista y
jurisconsulto cordobés, ardiente propagandista del
liberalismo
quien mantuvo resonadas polémicas con la iglesia
católica en el medio local.[23] El mismo se
definía como "físico, geólogo,
botánico, mineralogista, meteorologista, agrónomo,
político, etc., etc., todo de afición y
ocasión; de profesión vagabundo e impresionista".
Sin lugar a dudas un simpático y singular personaje,
ecléctico y sagaz, dueño de una personalidad
que reflejaba cabalmente el tono general de un fin de siglo
marcado por  el pragmatismo
positivista y la influencia decisiva del cientificismo. Su libro
se presentaba para los lectores de entonces como una guía
moderna, colmada de datos,
observaciones curiosas, alusiones políticas,
todo narrado en un tono ameno, risueño y algo
socarrón. Indudablemente ello significó en aquellos
años una importante contribución para el
conocimiento de una porción de la Argentina,
prácticamente inexplorada o desconocida para los ojos de
los habitantes de la ciudad. Así, provisto de esta
guía práctica, el gran público
comenzará a descubrir el paisaje de las Sierras de
Córdoba de una manera diferente, como no se lo
había hecho hasta entonces. Y en relación a la
experiencia[24] que le significó al propio
autor la ascensión al cerro Uritorco, sus palabras son
elocuentes ante la exhibición de la naturaleza que lo
desborda:

Lo más prudente, y quizá también lo
más artístico es sentarse un momento sobre una
piedra y saborear el paisaje, que solo las bestias pueden mirar
sin más preocupación que la del número 1.
Allí el voluptuoso galanteador de auras y ondinas
descansa, acariciando con los ojos de la carne y el alma el agua
cristalina y fresca de una silenciosa y modesta vertiente. Un
corto esfuerzo más, y se ha triunfado.

El panorama que se presenta a la vista desde la cima, la
más alta de toda la cadena, como se ha dicho, es imponente
y llega para los pocos habituados hasta acercar a las fronteras
del vértigo. El ojo domina extensísima perspectiva
que llega, allá en los límites
del horizonte, a los territorios de seis o siete
provincias… .[25]

El texto de Ashaverus también está atravesado
por las nuevas ideas higienistas, una corriente que hacia el
último cuarto del siglo XIX fue tomando gran auge,
precaviendo enfermedades, promoviendo
esparcimiento, vida sana y aire puro. Y como
lo señalaba su autor la gente de la llanura sofocante que
en época estival acuda a las Sierras de Córdoba
encontrará un "delicioso verano en las alturas de
montaña, con sus cerros, quebradas, despeñaderos,
grutas, torrentes, arroyos silenciosos, huertas primitivas y
tantas cosas más…" Estas cualidades eran exaltadas
en el prólogo del libro, firmado nada menos que por
Rubén
Darío, poeta modernista y apasionado viajero que tras
su estadía en Córdoba
[26]recomendaba visitar las Sierras
apartándose de la ciudad, y que cada uno de los paseantes
al recorrer aquellos parajes se dejara llevar por sus propias
impresiones:

Desde que vais en el ferrocarril os saludan los lindos
paisajes. Habéis dejado la llanura serena y
monótona, veis aclararse en un bello cielo la línea
recortada de las alturas, picos mastoides, ondulaciones suaves o
bruscamente impedidas por un hachazo en el filo de la sierra.
Cosquín, lugar donde se afianzan y renuevan los
pulmones…

Pero es verdaderamente paradisíaco aquel pueblo
nuevo – Capilla del Monte -situado en tal deliciosas alturas. El
paisaje es multiforme y caprichoso. Si vais a los lugares de los
baños, encontráis los extraños juegos de las
rocas, los

cristalinos y armoniosos remansos de las aguas, la
vegetación intrincada y lujuriante, los
manojos verdes de las lianas variadas, los troncos ásperos
como forrados con carapachos de tortugas o cueros de
caimanes.[27]

Córdoba aparece así en el horizonte cultural
argentino como una especia de "higienópolis" ya que la
experiencia de transitar o habitar, aunque
momentáneamente, sus paisajes, implicaba un efectivo
accionar terapéutico de orden físico y emocional.
Una cualidad potenciada tras los alcances de las poéticas
formas de la naturaleza serrana plasmadas por medio de un tipo de
lenguaje sensibilizado y ágil, propio de las evocaciones
volcadas en la literatura modernista.

Las palabras y las
sierras…

Las representaciones literarias de las Sierras de
Córdoba plasmadas en la pluma de Rubén
Darío, Leopoldo Lugones o Enrique
Larreta[28]  se caracterizan por un profundo
esteticismo, con imágenes sensoriales, percepciones
lumínicas y sugestiones impresionistas. En sus relatos
sobresale el elemento lírico y la emoción
poética expresados con elegancia de estilo, excitabilidad
y abundancia de notas sensuales, pródigas en enumeraciones
pictóricas pero con cierta sobriedad formal que surge como
una reacción contra el estilo pomposo desgastado por el
romanticismo.[29]

El caso de Lugones es quizás el más
emblemático, ya que como lo ha expresado Oscar Caeiro el
carácter de la geografía serrana, sus dominios de
infancia,
está presente de una manera constante y significativa en
su obra[30]. Esta rehúye de la
representación literaria de un paisaje esteriotipado y se
concentra en una  voz poética que, si bien con una
especie de frenesí o truculencia, revela un sentido
singular de la naturaleza y sus elementos junto a la referencia
tácita de lo humano. En su primer libro, Las
montañas de oro
, publicada en 1897 y escrito entre los
veinte y veintitrés años de edad, se advierte
cierta retórica optimista[31] de tono
original y potente, como por ejemplo en "El carbón".
Aunque no evoca de manera explícita referencias concretas
de parajes serrano, hay en el texto una fuerte alegoría
telúrica: "En el seno de la fragua toda roja – como una
garganta abierta -  arde el negro corazón
hecho pedazos,  corazón caliente y noble de los
montes de la tierra
Y del negro corazón de las montañas surgen quejas,
que parecen subterráneos
murmullos…"
.[32]

La nostalgia de su provincia natal está presente en las
incontables y resonantes evocaciones serranas dentro de la obra
de Lugones, como una especie reconcentrada meditación a
través de la cual descubre el fondo del silencio. La
naturaleza se transforma en eternidad, en belleza, en ausencia,
en indescifrable y eterno misterio. En El libro de los
paisajes
escrito en 1917, de tonalidad diversa y más
lírica, es donde el poeta juega magistralmente con
imágenes y aliteraciones. También en esta obra no
se advierten referencias geográficamente concretas pero
contiene algunas visiones que permiten dar un paso más
allá en el desarrollo del tema. Con pasión
constructiva elabora casi en abstracto ciertas experiencias
fundamentales que están en la base de su percepción
del paisaje, como por ejemplo la luz o el silencio:

Venía ya, por la cañada amena,

La dulce luz de palidez brillante

Como un agua dorada
por la arena

Rayó el sol los
linderos del levante;

Y abriendo inmensamente el infinito,

Su triple haz de oro se
erigió, gigante,

En una excelsa prorrupción de
grito.[33]

El mundo reposa conforme.

Domina en el cielo rotundo

Un álamo verde y
enorme.[34]

A través de la calma y el silencio estival de la siesta
serrana el autor quiere manifestar la magnificencia
límpida del paisaje y lo que parece ser carente de
sonido y
movimiento
queda enunciado con la riqueza expresiva que lo caracteriza. A
través de un lenguaje directo, tierno y algo
risueño Lugones consigue plasmar efectos visuales y
sonoros, una característica típica de los poetas
modernistas, quienes lograron que el arte de la palabra sirviera
para plasmar cuadros pictóricos o ejecutar
sinfonías musicales.

Dentro de la producción literaria en Córdoba
hacia finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX
encontramos algunos ejemplos literarios que exploran la
geografía serrana de una manera particular. Las voces
vernáculas dan cuenta de una "conciencia de
interioridad" con anclaje en la tradición, que en plena
época de progresos y transformaciones mantienen una
relación ambigua con el cosmopolitismo mundano. Voces que
asimismo reflejan las tensiones y luchas entre el pensamiento
católico y las ideologías liberales, en una ciudad
mediterránea que pugnaba por su modernización.

En el año 1900, bajo los aún atronadores ecos
del modernismo
Martín Gil publica en Córdoba Prosa Rural un
volumen que
propone una representación de una porción de la
realidad territorial de la provincia a través de un
lenguaje efectivo que interpreta la naturaleza serrana y su
gente. Con  estilo descriptivo y conversacional pero con
sensibilidad poética la obra surge como un producto en el
que gravitan las ideas cientificistas, evidenciadas tras una
sagaz y precisa observación. En efecto, además de
transitar por el mundo literario, Gil fue meteorólogo y
astrónomo y actuó en la escena política
desempeñándose como diputado o como Ministro de
Obras Públicas de la provincia entre los años 1913
y 1916. Estuvo a cargo durante varios años del
Observatorio Astronómico, y fue el responsable de la
instalación del Ecuatorial Zeiss, un telescopio que
servía para medir ascensiones, rectas y declinaciones de
astros.[35]

Su prosa a la vez que expone, narra con soltura el
carácter de la naturaleza, en un tipo de
representación efectista que combina lo real y lo
literario:

Declina el sol, dando un salto mortal sobre las
montañas, y rasgando al pasar algunas nubes que se le
atraviesan en el camino, así como en el circo, la linda
rubia saltarina ecuestre, de faz risueña y cuerpo
aprisionado  en malla rosa, perfora el disco de papel
pintado que el payaso le opone diestramente.

Los conos azules de las sierras se destacan de relieve en un
gran fondo de luz anaranjada. Millares de chicharras hacen vibran
los montes  con su canto estridente. Oyese el balido lejano
de las majadas que llegan al corral, y el grito agudo de la mujer que las
arrea.

Después, la luz a agonizar, y la sombra y el
silencio invaden lentamente. Sopla una leve brisa. Las flores de
la noche, como temerosas de ser vistas, abren con sigilo sus
pétalos sedosos, y la atmósfera se carga de
perfumes; los grillos principian a templar su cuerdita chillona;
las ranas modulan en coro sus salmos plañideros; a lo
lejos se oye el llanto cristalino de los manantiales, y en todas
direcciones, cual estrellas fugaces, se ven cruzar  los
tucos y luciérnagas con sus verdes
linternas.[36]

La representación de un fragmento de la naturaleza que
Gil nos propone aquí presenta una fuerte marca de
iconicidad, a través de un realismo
naturalista que rehúye de mistificaciones
románticas, un relato descriptivo de gran musicalidad
provisto de un tono objetivo y
transparente. Las diferentes facetas en la obra literaria de
Martín Gil denuncian con humor o sarcasmo las
tradicionales características de la sociedad
cordobesa, tradición que desnuda y critica. La descripción de la vida rural le sirve en
algunos casos para denunciar formas de la existencia social
sustentada por la pervivencia de prejuicios, como ha quedado
reflejado en "Pato hediondo" el relato que inicia Modos de
ver
publicado 1903.

Contrariamente al pensamiento de Gil,  la obra de Juan
José Vélez[37] exalta las formas de
concepción y los rasgos de la tradición cordobesa
restableciendo valores
morales o espirituales, y un ejemplo de ello puede leerse en
la manera como cada uno considera al hábito doctoral de
Córdoba, ubicándolos en posiciones claramente
opuestas.

En relación al paisaje local, Vélez publica en
1934 Estampas Serranas, una obra atravesada  por el
ideario católico, el nacionalismo y
el fomento del turismo, ya que desde su acápite se
presenta como "una excursión a la montaña
cordobesa, (¡tierra de los argentinos!) – y ello – es
valorizar el concepto de la ciudadanía. El espectáculo de la
belleza en la naturaleza levanta el espíritu,
asociándolo al no menos brillante espectáculo de
las ideas."

Efectuar un recorrido por nuestras serranías, es
ponerse en comunicación directa, o mejor en presencia de
los más hermosos cuadros de la naturaleza, frente a frente
de verdaderos monumentos de piedra que permanecen
hieráticos en su inmovilidad de rocas, causando siempre la
admiración del turista que jamás se cansa de
contemplarlos con las potencias del alma absortas en tan sublimes
perspectivas de milenaria grandeza.

Al abandonar La Falda, llevábamos en nuestro
itinerario el alma saturada de emociones: no era
sólo el aire oxigenado de la sierra el que había
desatado nuestra energías y volcado en nuestros pechos
todo el aroma virginal de su deslumbrante vegetación:
así no sé qué de extraño ocurre
siempre a los que sentimos a la patria grande y libre, en
cualquier zona de la
República; también nosotros, en nuestra gira,
nos habíamos sugestionado fuertemente. Todos estos lugares
bendecidos por Dios, hermosos y fértiles, ricos y
pródigos, ahora surgiendo tan atrayentes en medio de una
naturaleza floreciente… [38]

A pesar de su matiz convencional con algunos acentos de un
romanticismo residual  la prosa de Vélez intenta
prolongar, tras sus fuertes sugestiones, la experiencia vivida en
la naturaleza cordobesa. A su vez, en otros tramos del libro se
pregunta sobre el futuro de esta geografía, la que por
esos años ya estaba comenzando a transformarse con el
impacto de diversos equipamientos materiales. Su mirada sobre la
presencia de los modernos adelantos del progreso es optimista, y
a ellos los animiza haciéndoles decir: "Somos el progreso
en marcha: aquí hemos golpeado en la pétrea
entraña de estos cerros y hemos surgido a la vida como
heraldos de la nueva era".[39] Impactos y
transformaciones que desde otro punto de vista originaban
negativas marcas y señales
sobre la naturaleza serrana, como lo denuncia con poética
indignación Baldomero Fernández Moreno en 1931 con
su  poesía "Las piedras manchadas":

No sé cómo las caras soportan la
vergüenza,

no sé como las manos atrevidas no tiemblan,

¡manchar de esta manera las inocentes
piedras,

ávidos  comerciantes, efímeras
parejas!

Las piedras más remotas perdidas en la
sierra,

las piedras del camino, las piedras de la acequia,

las piedras de la gruta, las piedras de la cueva,

cada una con su nombre, cada una con su fecha.

Pero ya no habrá tronco perfecto en la
floresta,

Pronto tendrán avisos los lomos de las
bestias,

Los picos de los pájaros, los filos de las
hierbas,

Y el agua tendrá números y el aire
tendrá letras.[40]

Como hemos visto, la literatura y el arte se constituyen en
maneras únicas de enunciar la experiencia ante el medio
natural, ya que pueden lograr que sea visto y comprendido como
una forma de complicidad entre el hombre y su
entorno, como naturaleza humanizada. Pero como
lo sostiene Raymond
Williams, el paisaje tanto en su
dimensión material como en su referencia literaria, es la
producción de un tipo particular de observador,
sustraído del mundo del trabajo. "El campo nunca es
paisaje antes de la llegada de un observador ocioso que puede
permitirse una distancia en relación con la naturaleza."
[41]

Autor:

Tomás Ezequiel Bondone

Curador, Museólogo, Profesor de
Dibujo y
Pintura,
Profesor de Historia del Arte

[1] BERQUE, Agustín: "En el origen
del paisaje"  – traducción de Alfredo Taberna - 
en Revista de Occidente Nª 189, Madrid,
febrero de 1997, p. 9.

[2] Cfr. BONDONE, Tomás Ezequiel:
"La Academia y el paisaje en Córdoba. Ver y volver a
ver" en Martínez, Juan Manuel (editor). Arte
Americano. Contextos y formas de ver. Descubre la otra
mirada. Terceras Jornadas Internacionales de Historia del
Arte
. Santiago de Chile, Universidad Adolfo
Ibáñez, Ril Editores, 2006; pp. 177-183; ver
tb. "El paisaje de las Sierras en el corazón de
Argentina" ponencia presentada en el Simposio
Internacional Paisagem e Iconografía Nacional na
arte da América
Latina,
organizado por el Departamento de Postgrado
de la FAU, Universidad de San Pablo, Brasil, 21 al
23 de noviembre de 2007.

[3] En cuanto al concepto de
representación, seguimos la noción tal como la
comprende y maneja Louis Marin: "Uno de los modelos
más operativos construidos para explorar el
funcionamiento de la representación moderna – ya sea
lingüística o visual – es el que
propone la toma en consideración de la doble
dimensión de su dispositivo: la dimensión
`transitiva´ o transparente del enunciado, toda
representación representa algo; la
dimensión `reflexiva´ u opacidad enunciativa,
toda representación se presenta representando
algo"  Cfr. CHARTIER, Roger: Escribir las
prácticas. Foucault,
de Certeau, Marin
. Buenos Aires, Manantial, 1996, p
80.

[4] GOMBRICH, Ernst, H.: "La teoría del arte renacentista y el
nacimiento del paisajismo" en Norma y forma. Estudios
sobre el arte del Renacimiento
. Madrid, Debate, 1996,
pp.  107-121.

[5] CATTARUZZA, Alejandro: Los usos del
pasado. La historia y la política argentina en
discusión, 1910-1945
. Buenos Aires, Sudamericana,
2007, pp. 55-57.

[6] Sobre la definición de paisaje
véase el exhaustivo abordaje teórico de:
MADERUELO, Javier: El paisaje. Génesis de un
concepto
. Madrid Abada, 2005.

[7] "El paisaje en Córdoba" en
Los Principios, Córdoba, 8 de octubre de 1942,
p. 4, col, 1 y 2.

[8] Las tensiones originadas en
Córdoba por la contraofensiva de un núcleo de
matriz
eclesiástica y los grupos
liberales que pugnaban por una laicización de la
cultura
están claramente expuestos en el trabajo
de ROITENBURD, Silvia N.: Nacionalismo católico
Córdoba (1862-1943). Educación en los dogmas para un
proyecto
global restrictivo
. Córdoba, Ferreyra, 2000.

[9] Dentro del territorio cordobés
se distinguen claramente tres cordones montañosos
principales: el oriental o Sierras Chicas, cuya altura
máxima se encuentra en el Cerro Uritorco (1.979 msm);
la cadena central o de las Sierras Grandes, constituida por
los cordones de la Sierra Grande (con el cerro Los Gigantes
como altura máxima, con 2.374 msm.), la Sierra de
Achala y la Sierra de Comechingones (con el cerro
Champaquí, que con sus 2.887 msm. es la máxima
altura de la provincia ); y el cordón occidental donde
se destacan la Sierra de Guasapamapa y la Sierra de
Pocho.

[10] "Es ideal el clima de las
serranías de la provincia" en Los Principios,
Córdoba 15 de octubre de 1933, p. 12.

[11] Cfr. Fotografía publicada con la siguiente
cita: "Paisajes serranos. Un hermoso paisaje
impresionado
por el objetivo en las proximidades
de Mina Clavero" en Los Principios, Córdoba, 13
de Julio de 1933, p. 13. El destacado es nuestro.

[12] En medio de reproducciones de vistas y
perspectivas dibujadas por diversos autores aparecen
con  grandes letras de molde propuestas publicitarias
tales como esta: "Entre estas maravillosas serranías
está su lote", anunciadas recurrentemente tanto en
Los Principios como en La Voz del Interior
durante los años centrales de la década de 1930
y 1940.

[13] BOURDIEU, Pierre:
"¿Quién creó a los creadores?" en
Sociología y Cultura. México, Grijalbo2, 2002, pp.
225-238.

[14]  DEBRAY, Régis: Vida y
muerte de
la imagen. Una
historia de la mirada en Occidente
. Barcelona,
Paidós, 1994, p. 169.

[15] PENHOS, Marta: Mirar, saber,
dominar: imágenes de viajeros en la Argentina
.
Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas
Artes, 2007, p. 6.

[16] Cfr. BONDONE, Tomás Ezequiel:
"Conocer para ver. Ver para conocer. Las nuevas ciencias y
el florecimiento de la pintura de paisaje en
Córdoba" en XI Jornadas de Investigación del
Área Artes Centro De Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba,
Córdoba, 8 de noviembre de 2007.

[17] "Desde Córdoba. De Buenos Aires
a Capilla del Monte"  en La Nación, Buenos
Aires, 24 de enero de 1897, p. 7, c. 3 y 4. Aunque la
reseña no está firmada existen certezas de que
su autor sea Ashaverus.

[18] La construcción del ferrocarril
se realizó en cuatro etapas (de 1891 a 1892) llevadas
a cabo por la corporación inglesa Perry Cutbil de
Longo y Cia
., representada en Córdoba por la firma
"Córdoba North Western Rail-way & Co. Ltd."
GAMARRA FONTÁN, José María: "El
ferrocarril de La Cumbre" en La Cumbre – Córdoba.
Historia gráfica
. Córdoba, Fuentes
Históricas y Bibliográficas Argentinas, 2005,
pp. 23-30.

[19] Sobre este tema véase:
"Paisajes de la ciudad y el campo: la ampliación de la
mirada" en BONDONE, Tomás Ezequiel: Caraffa,
Córdoba, Ediciones Museo Caraffa, 2007, pp.
147-171.

[20] SCHIAFFINO, Eduardo: "Impresiones
argentinas. Alta Gracia. La ruta de San
Antonio con los padres franciscanos" en La nación, Buenos Aires, 14 de marzo de
1897, p. 8, c. 1 a 4.

[21] MALOSETTI Costa, Laura: "La querella
del paisaje y el arte nacional" en Los primeros modernos.
Arte y Sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX
.
Buenos Aires – México, Fondo de Cultura
Económica, 2001, pp. 337-346.

[22] El nombre proviene de un personaje
legendario, condenado a la inmortalidad y a caminar hacia el
día del Juicio final por haber maltratado a Jesucristo
en el trayecto del Calvario. A partir del siglo XIII, esta
leyenda adquirió formas diversas. En el siglo XVII, un
autor alemán lo presentó como un judío,
el "judío eterno", llamado Ashaverus o Asuero (1602),
que en la traducción francesa de 1609 se
convirtió en el "judío errante". A partir de
entonces el tema se extendió con gran rapidez, a
través de las imágenes populares, las estampas
y los romances. El judío errante,
personificación del destino del pueblo judío
después de la muerte
de Cristo, ha inspirado a escritores como Schiller, Goethe,
Chamiso, Shelley, Borges y,
especialmente, a Eugenio Sue, que, con su novela "El
judío errante" (1845), ha sido el escritor que
más ha contribuido a la difusión de este
mito en el
mundo actual.

[23] CUTOLO, Vicente Osvaldo: Nuevo
Diccionario biográfico argentino (1750
– 1930)
, Buenos Aires, Elche, 1969, p. 262.

[24] En cuanto a la noción de
experiencia y al paisaje como representación cultural
se ha prestado atención a las formulaciones
teóricas de BESSE, Jean-Marc: "Las
cinco puertas del paisaje. Ensayo de una cartografía de las problemáticas
paisajeras  contemporáneas" en MADERUELO, Javier
(dir.): Paisaje y pensamiento, Madrid, Abada, 2006,
pp. 145-171.

[25] ASHAVERUS: Tierra Adentro. Sierras
de Córdoba
. Buenos Aires. Imprenta
Cooperativa, 1897, p. 41.

[26] La breve permanencia de Darío
en la ciudad mediterránea fue interpretada como "una
gran fiesta" como "los juegos
olímpicos del arte, de la idea y la belleza y que
inicia un nuevo período intelectual entre
nosotros…". Todo lo relacionado con este
acontecimiento, discursos,
programas, cartas,
comentarios y notas de diversos medios de
prensa, fueron recogidos en una publicación especial
de 50 páginas impulsada por el Ateneo de
Córdoba, Cfr. Discursos y poesías. Leídos en la velada
celebrada en honor de Rubén Darío el 15 de
octubre de 1896
. Córdoba, Imprenta de Los Principios,
1896.

[27] En el período de cambio de
siglo XIX – XX pocos autores de las letras han suscitado
tantos estudios y biografías como la obra y la vida de
Félix Rubén García Sarmiento, verdadero
nombre de Rubén Darío (1867-1916). En tal
sentido puede consultarse el atractivo abordaje realizado por
Santiago Esteso Martínez: "Lecturas profanas. La pluma
encantada de Rubén Darío" en Orientaciones.
Revista de
homosexualidades
. Madrid, Fundación
Triángulo, Nº 6, segundo semestre de 2003, pp.
23-41.

[28] La geografía serrana
significaba para Enrique Larreta – Buenos Aires 1875 – 1961 –
un ámbito propicio para la inspiración
literaria, aquí  escribió por ejemplo
La naranja (Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947),
un ensayo
evocativo de meditaciones filosóficas  El autor
de La gloria de don Ramiro compró en 1918 el
campo "El Potrerillo" ubicado en el Valle de Paravachasca
cerca de Alta Gracia, tierras que habían pertenecido a
la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, hoy declarada
Patrimonio
de la Humanidad. Larreta pasaba allí largas temporadas
con su familia, en
la casa de estilo colonial que empezó a construir en
1920 y terminó para 1924. Los interiores aún
conservan piezas de arte, platería del Alto
Perú, cuadros cuzqueños del siglo XVIII y parte
de la colección de arte latinoamericano que
atesoró el escritor. Para una aproximación a su
obra véase: CAMPANELLA, Hebe: Enrique Larreta: el
hombre y
el poeta
. Buenos Aires, Marymar, 1987.

[29]  VEIRAVé, Alfredo:
Literatura hispanoamericana y argentina. Buenos Aires,
Kapelusz, 1973, p. 177.

[30] CAEIRO, Oscar: "El paisaje serrano en
Lugones" en Revista de Estudios Hispánicos,
Vol. VI, Nº 1, Alabama, Prensa Universitaria, Enero de
1972, pp. 37-49. Leopoldo Lugones nació en 1874 en
Villa de María en el departamento cordobés de
Río Seco. Fue el primogénito del matrimonio de
Santiago Lugones y Custodia Argüello. Concluyó
sus estudios secundarios en la ciudad de Córdoba y en
1896 se instala definitivamente en Buenos Aires. Así a
los 22 años comienza a escribir en La
Nación
, promovido por su amigo Rubén
Darío, lo que da inicio a una productiva y destacada
carrera en el mundo cultural argentino.  Se
suicidó en una isla del  Tigre en 1938.

[31] Según Carlos Obligado es
indudable la influencia ejercida aquí por Edgar Allan
Poe. La métrica de la obra, cuya versificación
irregular es aparente, no debe confundirse con el verso libre
que años más tarde caracterizó el
personal
estilo de Lugones.

[32] LUGONES, Leopoldo:
Antología  poética. Selección y prólogo de Carlos
Obligado. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1951, p. 48.

[33] Del poema "Aurora"  en 
Antología  poética, op. cit, p
197.

[34] Del poema "Serenidad" que integra
Las horas doradas de 1922. Antología 
poética, op. cit,
p. 207.

[35] Martín Gil nació en
Córdoba (Argentina) el 23 de octubre de 1868.
Murió en Buenos Aires el 9 de diciembre de 1955.
Además de haber sido un prolífico escritor
sobre temas diversos, colaboró con el diario La
Nación
desde 1912, considerado uno de los
principales meteorólogos argentinos de la primera
mitad del siglo XX. Desde muy temprana edad profesó un
interés sobre la astronomía y la meteorología,
siendo en relación a estas ciencias un completo
autodidacta en cuanto a las observaciones e investigaciones
que realizaba. Sin embargo, también cursó
estudios de abogacía en la Facultad de Derecho y
Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Quien es
quien en la Argentina. Biografías
contemporáneas
. Buenos Aires, Guillermo Kraft,
1939.

[36] GIL, Martín: Prosa Rural
(1900) en  Antología, selección y
prólogo de Arturo Capdevila, Buenos Aires, Academia
Argentina de Letras, 1960, pp. 50-51.

[37] Vélez (Córdoba, 1871 –
¿ ?), miembro de una familia católica de larga
tradición en la ciudad, se dedicó a la vida
política y literaria con una pródiga
creación intelectual. En 1909 publicó
Manila una novela romántica muy difundida en la
época.  Fue además Jefe del Archivo de la
UNC. Algunos aspectos sobre su biografía pueden encontrase en un
"folleto" de 73 páginas publicado en Córdoba en
1940 (s/d de editor y/o autor) cuyo título es
Currículum Vitae. Carrera literaria de Juan
José Vélez
. Ver también: Quien es
quien en la Argentina. Biografías
contemporáneas
. Buenos Aires, Guillermo Kraft,
1939, p. 797.

[38] VéLEZ, Juan José:
"Belleza de Nuestras Sierras. A lo largo del Valle de
Punilla" en Estampas Serranas. Córdoba,
Editorial Pereyra, 1934, pp. 132-134. El libro tiene
ilustraciones de  Juan Olsacher (Carátula)
Director del Museo Provincial de Bellas Artes; Francisco
Vidal Director de la Academia de Bellas Artes, Andrés
Piñero, Fray Guillermo Butler.

[39] VéLEZ, Juan José,
ídem, p. 137.

[40]  FERNÁNDEZ MORENO,
Baldomero: "Cuadernos de verano. Córdoba y sus
Sierras" en Antología 1915-1947. Buenos
Aires, Espasa Calpe, 1952, p. 219.

[41] WILLIAMS,
Raymond: El campo y la ciudad
– Prólogo a la edición en español de Beatriz Sarlo – Buenos
Aires, Paidós 2001 p. 19.

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